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16-06-2011 |
El impulso y su freno
Políticos
Constanza Moreira
Para muchos, el triunfo del Frente Amplio en las elecciones de 2004 inauguró un nuevo ciclo político en Uruguay, comparable al del batllismo. Varias cosas se conjugaban para alentar esta interpretación, entre ellas la inocultable vocación batllista del Estado como “escudo de los débiles”, que se expresaba a través del otrora llamado “buque insignia” del gobierno: el Plan de Emergencia; o el retorno del Estado, luego de una década que, como la del 90, estuvo caracterizada por un clima político más antiestatista que auténticamente liberal.También se vio a esta suerte de “tercer batllismo” inaugurado por el triunfo del Frente Amplio como protagonizando un nuevo ciclo de modernización y progreso, luego del agotamiento del proyecto del segundo batllismo, conocido como el período “de oro” del Uruguay (el Uruguay del Maracaná). Quizá por eso sea entonces importante recurrir a uno de los ensayos políticos más célebres sobre el tema, escrito por Real de Azúa y titulado El impulso y su freno. Allí el autor se pregunta: ¿cómo el impulso modernizador y progresista del batllismo se agotó, y encontró un freno “conservador” que condujo a la involución social que protagoniza el Uruguay de la segunda mitad del siglo xx?
Usando la dialéctica del “impulso y su freno”, podemos señalar dos impulsos subsiguientes al del batllismo, y de vocación similar: uno es el impulso generado por el movimiento popular de los años sesenta (propiamente “desde abajo”) y el otro –derivado del anterior– es el que se evidencia a propósito del triunfo del Frente Amplio (que concita la energía que “desde arriba” prodiga la llegada del movimiento político a las esferas institucionales de todo el aparato del Estado).
EL IMPULSO “DESDE ABAJO”. La izquierda uruguaya es la protagonista indiscutida de ambos impulsos. Construyó ese protagonismo en un proceso gradual y sostenido, que moldeó el impulso de distintas formas, y le dio estrategias y proyectos distintos en las fases históricas en las que se abrió paso. En una primera fase, en su estado de “latencia política” (antes de ser un partido unificado), lo hizo a través de la movilización social y del despliegue de una impresionante energía creadora en el ámbito cultural: hubo una música, un teatro, una literatura y un periodismo de izquierda, antes de existir una izquierda como partido. Este movimiento social y cultural disputó hegemonía, y con marcado y creciente éxito, al “freno” conservador que se sobrepuso al segundo batllismo. En una segunda, y ya como partido político, le disputó a los blancos y colorados su condición de “igual”, lo que se verificó en su primer gobierno (municipal), pero más especialmente a partir de 1994, cuando se hizo evidente no sólo que había adquirido el mismo peso electoral que los otros sino que los superaría y se transformaría en el primer partido del país (aún lo sigue siendo).
El impulso “desde abajo” se produce como respuesta a la crisis de estancamiento de fines de los años cincuenta y cuando las señales del agotamiento del viejo “sistema de compromiso” entre partidos (con su cara más sobresaliente: el clientelismo político extendido y ostensible) ya eran evidentes. El hecho de que este impulso no haya provenido “desde arriba” (desde las fracciones progresistas de los partidos, o desde el Parlamento o el Estado), muestra lo exhausto que estaba el viejo statu quo, y lo poco que tenía que ofrecerle a Uruguay, salvo una administración prolongada de la crisis (lo que hizo hasta el golpe de Estado), o una restauración conservadora del orden (lo que hizo después de la dictadura).
Este impulso hizo posible la unificación de todas las corrientes sindicales y la consolidación de la CNT
–antecedentes de la creación del fa–, la creación de un programa alternativo (las medidas para la crisis elaboradas en el Congreso del Pueblo), la activación del movimiento estudiantil, de la mano de una prolífica prensa de izquierda, y una “contracultura” que colaboraron a crear una nueva identidad para el viejo Uruguay, y a reconstruir la noción misma de patria y de país.Pero este impulso fue frenado, violentamente. Su freno cristalizó en el proyecto de la dictadura, y el grado de violencia y represión que la misma desplegó contra la población sólo puede ser explicado por la necesidad de oponer una fuerza inversamente proporcional al impulso del cambio que estos movimientos y partidos protagonizaron.
EL IMPULSO “DESDE ARRIBA”: LA LLEGADA DEL FRENTE AL GOBIERNO. El segundo impulso es hijo del anterior, aunque, como resultado de la violencia, surge amortiguado, y requiere muchos años para poder ser evidente. La restauración conservadora que vive el país en la segunda mitad de los ochenta (y del que la ley de caducidad es una de sus manifestaciones más notorias) logró invisibilizarlo, y la década del 90, con su impronta conservadora, logró retrasarlo.
El impulso “progresista”, modernizador y dinámico que representó la llegada del Frente Amplio al gobierno se expresó en varios campos, y sobrevino de la mano de una nueva “clase política”, portadora de una nueva cultura política. La propia historiografía colorada se ve obligada a explicar esta nueva “subcultura” de izquierda como resultado del cultivo de lealtades y hábitos en el seno del movimiento sindical, que luego fueron traducidas en lealtades políticas y partidarias. La nueva “elite política” comienza a conformarse con la llegada de la izquierda al Parlamento, y luego con la llegada de la izquierda a los niveles de gobierno (departamental primero y nacional después). Las nuevas profesiones que concurren a los espacios de poder (donde faltan abogados y sobran profesores y maestros, sindicalistas o cientistas sociales de la más diversa índole); la aparición de una nueva sensibilidad frente a los problemas de la injusticia social; o la manifestación de nuevos estilos de acción política (caracterizados por la disciplina, el respeto a las decisiones colectivas, o las iniciativas por ampliar las consultas ciudadanas), son parte del nuevo rostro de la política que se produce como consecuencia.
El impulso modernizador y progresista que vino de la mano de la llegada del FA al gobierno se desplegó fuertemente en el campo social y laboral. En el campo laboral lo hizo a través de la revitalización de una malla de seguridad institucional y jurídica de protección a la fuerza de trabajo, y de su dotación a la misma de los instrumentos económicos y legales necesarios para proteger sus intereses y demandas. El aumento del salario mínimo, la instalación de la negociación colectiva, la protección de los derechos de los trabajadores, son un ejemplo de ello. A este impulso debe sumársele el impulso en el campo social, ya señalado a propósito del Plan de Emergencia, pero también de la expansión de la cobertura de salud, educación, vivienda, entre otros.
Sin embargo, hay otros campos en los cuales el impulso encontró su freno: el de la inserción internacional, el del fortalecimiento del Estado, y el de la agenda de los derechos. En estas agendas, el impulso y el freno vinieron del corazón mismo de la izquierda, revelando al menos tres espacios de disputa: el parlamentario, el propiamente partidario, y el de gobierno.
El impulso “estatista”, recuperando para el Estado áreas enteras que habían sido dejadas en manos del mercado, encontró varios frenos en la izquierda. La desconfianza hacia la burocracia por un lado, y el desprecio hacia los funcionarios públicos por el otro, coadyuvaron en una compleja comprensión del Estado como “freno” y no como parte del impulso. En muchos casos se impuso una suerte de desidia, que colaboró a que se fuera por la ya conocida vía de los mecanismos de by pass al Estado (programas extrapresupuestales, creación de entidades públicas no estatales, tercerizaciones). Esta actitud colaboró a frenar la concepción de un Estado interventor y activo en la vida económica del país (en especial a amortiguar el rol redistribuidor del Estado y a potenciar su rol regulador), y tuvo como “externalidad negativa” el deterioro del movimiento sindical en varios ámbitos del funcionariado público.
El otro impulso que encontró su freno fue el “latinoamericanista”: la idea de que nuestro proyecto era posible en el marco de los procesos de cambio que vivía la región y en sintonía con ellos. El freno vino desde afuera y desde adentro de la izquierda, y el contexto no siempre ayudó. Los problemas con Argentina a inicios de la administración Vázquez, la desconfianza hacia un Brasil prescindente, y la ilusión de negociar de igual a igual con los grandes que vino de la mano del proyecto del TLC con Estados Unidos (y la visita de Bush a Uruguay) colaboraron a “enfriar” nuestra relación con los vecinos, nuestra identificación y solidaridad con los complejos procesos que vivían otros países en la región, y nuestro compromiso con los ámbitos regionales solidarios (como el Banco del Sur, o la propia Unasur).
Pero el impulso que más freno encontró, y que más se parece al primer batllismo, es el compromiso con la “secularización” y con una agenda de derechos nueva y progresista. Si el primer batllismo fue más “progresista” que de izquierda, nuestro “progresismo” jurídico y político en el campo de los derechos humanos, o de los derechos de las mujeres, de la infancia, o de cualquier minoría, es sin duda el que más deja que desear. Este impulso, con la contrapartida de impulsar un orden institucional renovado (algo que en América Latina se consiguió de la mano de los procesos de refundación constitucional que se verificaron en Venezuela, Brasil, Ecuador y especialmente Bolivia), se encontró con un freno conservador poderoso, que a menudo vino desde dentro de la propia izquierda. Éste se viene desplegando en dos terrenos bien visibles: el de los derechos humanos, y el de los derechos relativos a la desigualdad de género. Por un lado, el proceso de despenalización del aborto llevado adelante por el Parlamento enfrentó el freno presidencial, que si no consiguió agotarlo (un nuevo proyecto está a consideración parlamentaria), al menos consiguió retrasarlo. Pero es en el campo de los derechos humanos donde se centra hoy parte del drama del impulso y el freno al proyecto de cambio del país. El impulso que llevó al plebiscito de octubre de 2009 no se agotó con el fracaso de la consulta, pero encontró más resistencias de las esperables. Y estas resistencias fueron tanto “extrapolíticas” (como las evidenciadas por las propias Fuerzas Armadas) como políticas: dentro y fuera del FA. El naufragio del proyecto interpretativo, y la búsqueda incesante de soluciones por parte de los que buscan el fin de la impunidad, muestran un impulso y un freno bien visibles.
En estos días se evidencia un nuevo impulso: el redistributivo. Las discusiones sobre el monto del gasto público, el presupuesto para la educación pública, y los cambios en la política tributaria, hacen parte del debate sobre los límites y alcances de la redistribución posible y deseable. Por un lado, desde varios sectores del Frente Amplio se impulsaron documentos con un variado conjunto de iniciativas destinadas a rever aspectos del sistema tributario. La discusión sobre la forma de rebaja del IVA, la suba del mínimo no imponible del IRPF, la progresividad del IRAE, o la revisión de los mecanismos de exoneración impositiva de la ley de inversiones, estuvieron en el centro de estas propuestas. Este impulso, en línea con la filosofía inicial del cambio tributario propuesto en la administración Vázquez (“que pague más el que tiene más”), tuvo sin embargo un freno. Una cautela excesiva llevó a desestimar la legitimidad de estas propuestas, aun cuando ellas provenían de varios de los propios grupos del FA. Algo similar ocurre hoy con relación al impuesto a la tierra, destinado a amortiguar el efecto de la concentración de este bien, cuyo valor se ha multiplicado en los últimos años. Pero hoy el origen de la propuesta es distinto, y no proviene del Frente Amplio o sus grupos, sino del propio gobierno. Impulsos (redistributivos) y frenos cautelares están evidenciando que la dialéctica exhibida por Real de Azúa como responsable por los avances (y retrocesos) del desarrollo uruguayo se ha puesto en marcha. De cómo se resuelvan estas contradicciones (todas ellas: las redistributivas, las integracionistas, las de derechos) dependerá entonces que Uruguay se transforme en un país de avanzada, o sobrevenga una impasse amortiguadora del cambio, que sólo devenga en preámbulo de un nuevo retroceso conservador. ??
Fuente: Brecha: Publicado el Viernes 10 de Junio de 2011
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